Un día salió a dar una vuelta, estaba a punto de cumplir los dieciocho
años. Por el camino se encontró a una niña que era minusválida y
empezó a meterse con ella; la niña empezó a llorar y se fue
corriendo en la silla de ruedas.
Al
año se quedo embarazada, su novio ya no quería saber más nada de
ella porque era muy joven para ser padre y la abandonó. Cuando
se fue a hacer la ecografía para ver si era niño o niña, le
detectaron que era niño, pero le dieron una mala noticia: el niño
venia con una distrofia muscular en las piernas.
Celia
se puso muy triste y pensó en cuando ella se metía con los niños
que tenían discapacidades el destino le estaba pagando para que
viera cuanto se sufre.
Cuando
el niño nació se llamó Adolfo y todos sus familiares fueron a
verlo. Celia era la que más contenta estaba al ser por primera
vez madre, los médicos le felicitaron.
Por
allí apareció el padre del niño,
entró en la habitación y se puso de rodillas. Le suplicó a Celia
que volviera con él, que estaba muy arrepentido de lo que había hecho
y que por favor le dejara ver a su hijo. Celia estaba muy confusa,
pero recapacito y le dijo:
- Yo no puedo dejar que mi hijo crezca sin ver a su padre-. El padre le dió las gracias y entró a ver a su hijo.
- Yo no puedo dejar que mi hijo crezca sin ver a su padre-. El padre le dió las gracias y entró a ver a su hijo.
Cuando
Adolfo cumplió los doce años se enamoró de una chica llamada
Estrella. A ella no le importaba sus discapacidad, consideraba que todas las personas eran iguales.
Adolfo,
al cumplir los quince años se rehabilitó y empezó a andar. Su madre,
Celia, su padre Ivan y su novia Estrella se pusieron muy contentos .
Al cumplir los veinte años se sacó el carnet. Poco después
se casó con Estrella y tuvieron tres hijos a los que llamaron:
Pablo, David y Jesús. Fueron una familia numerosa y muy feliz.
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